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Fachadas de casas en la calle Fuente de Torrebaja (Valencia), con detalle de la entrada al callejón de la Talega, a la derecha de la imagen (2013). |
Sin embargo, para hacer casar ambas versiones –la de la
señora Marina y la de la señora Trini-, podemos pensar que si el Alpargatero
estuvo en el amortajamiento del difunto, cabe establecer como hipótesis que
el ladrón y su mujer, tras el entierro se marcharon, o hicieron ver que lo iban
a hacer, pero en vez de marcharse se escondieron en el pajar de José el
Farriate, donde éste los encontró... O se marcharon y regresaron, escondiéndose
en el pajar, para realizar el robo y volver a marcharse sin dejarse ver... Lo
cierto es que no lo sabemos con seguridad, pero algo de esto debió ocurrir...
Sigue
diciendo el testimonio:
- Dijeron que el robo lo
descubrió Trini la Abadeja, pues sus padres tenía alguna finca en esa parte... El
caso es que la moza vio el agujero del nicho, ropa y restos de telas negras
esparcidas por allí, porque entonces los cajones de muerto se forraban con tela... Se
vino al pueblo escapada, dio cuenta y así se descubrió todo. Aún encontraron
por allí una cadenita de oro que se le debió caer al ladrón. En la parte de
atrás de la tapia observaron unas señales hechas con unos trozos de tejas
cruzadas, para señalizar el nicho. El Alpargatero actuaba así, y
desaparecía...
El difunto al que sacaron del cajón y robaron era Agustín
Sánchez García, natural de Pétrola (Albacete), hijo de Francisco y de
Catalina, fallecido el 21 de diciembre de 1940, a los 70 años de edad -según la
lápida-; y el 24 de diciembre de 1940, a los 72 años de edad -según el Acta de
Defunción parroquial-. Su viuda, la señora Manuela Romero Blasco,
natural de Torrebaja, hija de Manuel y de Joaquina, falleció el 17 de enero de
1943, a los 70 años de edad –según la lápida-; y el 17 de enero de 1944, a los
88 años de edad –según el Acta de Defunción parroquial-. Respecto a quién
descubrió lo del robo, lo más probable es que fuera el señor Bienvenido, padre
de Trini la Abadeja, antes que ella misma, pues si el descubrimiento del robo
fue al poco del entierro, y éste se produjo al día siguiente del óbito –esto
es, el 24 de diciembre-, ¿qué podía estar haciendo por allí una moza en ese
tiempo, paseando, podando, replegando sarmientos, binando? Otra cosa hubiera
sería si la inhumación hubiera sido en otoño, durante la vendimia... La señora
Trinidad Gómez Marín, hija de Bienvenido y Antonia todavía vive; ella podría
decirlo con seguridad, pero no reside en el pueblo.
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Detalle de la lápida del difunto Agustín Sánchez García, esposo de la señora Manuela Romero Blasco en el Cementerio Municipal de Torrebaja (Valencia). |
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Detalle de la lápida de la difunta Manuela Romero Blasco, viuda del señor Agustín Sánchez García de Pétrola (Albacete), en el Cementerio Municipal de Torrebaja (Valencia). La placa contiene una peculiaridad, pues posee las típicas siglas R.I.P (Requiescat In Pacen/ Descanse En Paz/ y las clásicas D.O.M (Dominus o Deus Omnipotens Mortuus/ Muerto para el Señor o Dios Omnipotente). |
En relación con el célebre Alpargatero se cuenta una
última historieta, asimismo manifestada por la señora Trinidad Martínez
Arnalte (Torrebaja, 1941):
- Otra vez sucedió que el
Alpargatero robó en el Ayuntamiento, de donde se llevó la caja fuerte...
Resulta que mi padre tenía un macho que por la noche no paraba de dar patadas
en la cuadra. Y la tía Amparo la Pinaza, vecina de la casa de mis padres, que
se pasaba hasta las tantas de la madrugada cosiendo, arreglando y zurciendo
ropa de sus hijos, notó que aquel día el animal daba más golpes de lo habitual,
y pensó: El
macho de Gregorio, ¡cuánta guerra está dando esta noche...!
-porque parece que el ruido era más fuerte de la habitual-. Así pasaron varias
horas con el ruido, pan, pan, pan... Tanto fue, en relación con otros días, que
la mujer llegó a pensar: ¡Esto
no parecen patadas...! A la mañana siguiente averiguó lo que realmente había
pasado, pues enseguida se dijo que habían robado en el Ayuntamiento.
Y sigue:
- Sí, parece que quitó una
reja que había en la fachada posterior, entró y se llevó una caja fuerte que
había. La caja la encontraron en el Otro Lado, adonde se la llevó para
abrirla... No sé qué caudales habría en la caja, pienso que no serían muchos,
porque los Ayuntamientos nunca tienen una perra, pero Octavio –se refiere al
señor Octavio Valentín Lahuerta (1916-1974)-, el secretario, lloraba...
Porque, contra su costumbre, ese día se había dejado la llave de la caja fuerte
en un cajón del escritorio de su mesa, y cavilaba: Si la llega a encontrar
hubiera abierto la caja sin necesidad de llevársela, y me hubieran hecho a mí
responsable, o cómplice... Lo cierto es que robaron los caudales del
Ayuntamiento, los pocos o muchos que hubiera, y la culpa se la llevó el
Alpargatero; porque parece que no podía ser otro...
Pero
veamos cómo termina la historia del célebre ladrón:
- Tiempo después del robo de
la caja del Ayuntamiento, alguien lo reconoció en la estación de ferrocarril de
Teruel y lo denunció, y camino de Torrebaja los civiles lo detuvieron en
Villel. Parece que le hicieron tal atestado que de esa no pudo escapar, y se
comentó que el propio Alpargatero se daba cabezazos contra la pared, diciendo: ¡La mayor cartera que he
robado ha sido de tres mil pesetas..! ¡Antes robaba para ustedes, pero ahora lo
hago para mí...! Yo no sé qué querría decir con esto, quizá que los guardias
le protegían y se quedaban con parte de lo que robaba; no sé... También se dijo
que confesó algún crimen que había hecho en Francia, allí mató a una madre y a
su hija, y después de robarlas las estampó con el coche que las paseaba. De
Villel lo llevaron a Teruel, y de allí a Zaragoza... Contaba mi padre que
alguien de aquí fue a verle, y le comentó: Aquí en Aragón me han molido... El
caso es que desde entonces desapareció de la zona... Unos decían que habría
muerto en la cárcel de alguna paliza. Otros que escarmentó del vicio de robar
de tanto como le arrearon. Porque entonces los guardias arreaban buenas
palizas. Lo cierto es que se esfumó y nunca más se supo...
Esa fue
la última fechoría achacada al Alpargatero, un personaje muy temido, por tantas
como hizo, pues todo lo malo que ocurría en el pueblo, a él se le atribuía...
Según el testimonio, al pobre Alpargatero le propinaron algunas palizas, y digo
“pobre” no porque no se las mereciera, sino porque así eran entonces las cosas,
y todos, incluso los cacos, somos hijos de nuestro tiempo. Hoy no le ocurriría,
pues si un delincuente tropieza en la celda y se da un tozolón en la cabeza,
¡pobre del carcelero...
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Calle del Rosario en Torrebaja (Valencia), con detalle de los escaparates de la tienda donde estuvo en antiguo Estanco de la localidad (2013). |
Recuerdos
indelebles de la infancia.
Hay
recuerdos de sucesos ocurridos en la infancia, que permanecen indelebles a lo
largo de la vida de las personas; esto es un hecho constatado que cualquiera
puede experimentar... Hay en Torrebaja una calle denominada de la Herrería,
paralela a la de Zaragoza y perpendicular a la de san Roque y del Rosario. El
nombre del callejón proviene de una herrería que hubo durante mi infancia, de
esto hace ya muchos años... Recuerdo haber visto allí a las caballerías atadas
del ronzal a una argolla, mientras las herraban las trababan, y en el befo les
ponían un par de palos atados con fuerza -me refiero al acial o torcedor-, con el propósito de que el daño que
les producía les hiciera olvidar el del herraje, haciendo cierto el dicho de
que un mal mayor hace olvidar otro menor... Aquella especie de tenaza en el morro del
animal me producían pavor, pues yo no podía entender aquella crueldad...
Periódicamente
venía entonces al pueblo un vendedor ambulante de Los Santos, aldea de
Castielfabib, al que llamaban Santiago el Mantecosa: traía sus productos en un
carro con toldo tirado por una yegua, la cual se hacía de notar por unos
alegres cascabeles que llevaba colgados del collerón. En cuanto enfilaba la
calle del Rosario, el campanilleo de las sonajas hacía saber a las mujeres del
vecindario que el vendedor había llegado. Tenía por costumbre parar en el
primer banco de la Plaza, cuyo nombre oficial era Santiago Ramón y Cajal; la
denominación del espacio público databa de principios de siglo, cuando le
concedieron el Nobel de Medicina al insigne investigador aragonés (1906). Pocos
pueblos se libraron de tener una plaza con este nombre en España, reflejo del
orgullo patrio... Decía que el tal Mantecosa aparcaba su caravana en el primer
banco de la Plaza; entonces sólo cementada la parte de abajo, estando la de
arriba todavía de tierra. El banco donde se apostaba el vendedor era de cemento
imitando madera, obra de un artesano catalán que pasó por aquí después de la
guerra, en los primeros cuarenta (ca.1943). Había cuatro bancos y varios grandes árboles
en línea, delimitando el espacio de la plaza y de la calle; eran unos hermosos
bancos que quitaron años después, sin que ninguno posterior se asemejara en
hermosura a los que nombro.
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Detalle de los antiguos bancos y árboles que ornaban en los años cuarenta, cincuenta y primeros sesenta la plaza del Ayuntamiento de Torrebaja (Valencia), magnífica obra de un artesano catalán que pasó por la localidad después de la Guerra Civil 1936-39). |
Santiago
el Mantecosa era un personaje peculiar; de mediana estatura, tenía la voz recia
y portaba un impresionante mostacho, tal el de un guardia civil de preguerra.
La yegua la metía en la cuadra de mi padre, con el que tenía cierta amistad...
En pago por la cebada y la paja que el animal comía, el vendedor regalaba a mi padre un
cuartillo de olivas negras de Aragón envueltas en un cucurucho, una lata de
sardinas en aceite o un chorizo de Cantimpalo –nunca todo a la vez-; a mí no me
gustaba aquel chorizo, decían si lo hacían con carne de burro viejo... Contaban
que en cierta ocasión estaba comprando la mujer de un guardia civil, una señora
andaluza muy gruesa y salerosa, que vivía en la casa de la tía Rogelia, sita en la calle
de san Roque. Durante la compra se dirigió al vendedor: Señor
mantequilla..., que tal y cual... El vendedor levantó la cabeza y le
dirigió una mirada fulminante, exclamando: ¡Mal está lo de Mantecosa, pero
por mantequilla no paso...! –y todos se echaron a reír, pues era muy
guasón, aunque sin saber con certeza si hablaba en broma o en serio-.
En
cuanto venía Mantecosa los muchachos nos acercábamos para ver si traía pirulís,
que eran un tipo de golosina terminado en punta con un palo en la base. Como
entonces no había apenas dinero corriente, estoy diciendo de la segunda mitad
de los cincuenta, la gente compraba al trueque o por intercambio, pues el
vendedor admitía pieles de conejo, hierros viejos y otros objetos. Un pirulí
equivalía a una herradura vieja, por eso fue que en cierta ocasión fuimos
varios niños a la fragua del callejón de la Herrería, a pedir una herradura al
herrero... Aquel día tuve una de las experiencias más desagradables de mi vida,
pues el herrero fue dando una herradura a cada niño, y cuando me llegó el
turno, dijo: ¡Para ti no hay, ya se han acabado...! –y me quedé
paralizado, sin herradura y sin pirulí, claro-.
Los
niños son niños, aparentemente todo lo olvidan y perdonan... Quiero decir que
yo me olvidé del asunto, pero a los pocos días me cogió mi madre por banda y me
preguntó sobre el tema. Alguien que estaba en la herrería le había contado lo
sucedido con la herradura, y mi madre me puso a caldo, pues el informante
afirmó que sí había herraduras, un montón de herradura viejas que el herrero me
había negado... Yo no entendí bien entonces lo sucedido, pero mi madre me hizo
prometer que nunca más me acercaría por allí, y haciendo honor a mi promesa
jamás volví a pedir herraduras al herrero del callejón de la Herrería. Sólo
muchos años después entendí el sentido de lo sucedido; pero esa es una
lamentable historia de desencuentro familiar, una triste cuestión de herencias que no
merece la pena contar... Es frecuente en los pueblos que haya desavenencias entre los vecinos y familiares, por asunto de herencias, lindes y otras cuestiones, ¡y quien no las haya tenido, que las espere! Hoy, después de tantos años, todavía me pregunto:
¿Cómo pudo negarme el herrero un trozo de hierro viejo, el precio de
un pirulí...? Al fin y al cabo yo sólo era un niño... Y es que para ser buenos, ¡todos necesitamos un poquito de ayuda divina!
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Detalle del callejón de la Herrería en Torrebaja (Valencia), 2013. |
Tiempo
después de lo de la herradura tuve una experiencia similar, ésta sucedió en la
misma Plaza... Estábamos un grupo de niños jugando, cuando llegó un coche.
Entonces había pocos coches, tan pocos como para uno se hiciera notar. El
vehículo pertenecía a una familia de gente bien que venía a pasar los veranos
al pueblo, con sus hijos... No se dirá aquí su nombre, pues aprendí de chico
que se dice el pecado, no el pecador. Al poco de aparcar, el conductor sacó del
coche una papelina enorme, como de dos o tres kilos llena de caramelos. Y llamó
a dos de los niños con los que estábamos jugando. Aquellos niños eran primos
carnales míos, y parece que también eran parientes del hombre de la papelina,
pero yo no lo sabía. Y llamándoles, les dijo: Todos los que podáis coger con una
mano son vuestros... –los demás muchachos nos quedamos mirando, a ver
cuántos podían sacar en el puñado-. Sacaron bastantes, suficientes para
llenarse los bolsillos. ¿Imaginan ustedes la escena, el hombre sujetando la
papelina, los primos sacando una bolsillada de caramelos y los demás niños
mirando, boquiabiertos, algunos con los mocos colgando...? Me faltan palabras
para describir la escena, pero me sobran arrestos para recordarlo... Porque
recuerdo que el hombre de los caramelos no nos ofreció ni un solo dulce a los
demás niños allí presentes. ¿Por qué habría de habernos dado alguno, acaso nos
conocía? –podríamos preguntar-: Debió darnos, porque éramos niños, y a los
niños no se les puede negar un caramelo, ni una sonrisa... Nunca creí que aquel
buen hombre actuara con maldad, más bien pienso que fue por falta de
sensibilidad. Ya de mayor nos hicimos amigos, quiero decir que nos tratábamos, aunque la diferencia de edad era considerable, y
un día se lo conté: ¡Es verdad, es verdad lo de la bolsa de caramelos...!
–y me pidió perdón; yo también le perdoné-. Ha pasado más de medio siglo de aquello, pero yo todavía
lo recuerdo, y cada vez que lo hago me sonrojo...
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Vista general de la plaza del Ayuntamiento de Torrebaja (Valencia) en los años cuarenta, cincuenta y primeros sesenta, con detalle de los bancos de obra y ailantos (Ailanthus altissima) que la ornaban. |
Verán, a
mí me ha pasado algo parecido a lo que le sucedió al escritor portugués José Saramago (1922-2010), que el
hombre que más me ha enseñando apenas tenía los estudios primarios, mi padre...
De él no aprendí conocimientos académicos, pero sí principios y comportamientos
morales. Mis padres siempre quisieron que estudiara, en especial mi padre, que como digo
era un hombre poco letrado; mi madre sabía algo más de letra, pero no tenía ese
ansia porque mi hermano y yo estudiáramos... Decía él que valía más una mala
carrera que una buena hacienda.
Siendo él jovenzano sus padres
le mandaron a estudiar, interno, con los Hermanos Maristas de Teruel –esto
sería hacia 1915, cuando contaba 10 años-. Y sucedió que con ocasión de
las fiestas de Santa Marina la Cerecera, antes de acabar el curso, se escapó
del colegio y vino al pueblo con un carretero: Sí, en vez de arrearme un
par de guantazos y devolverme al colegio, mi padre se lo tomó a broma...
–eso contaba mi padre, reprochando a mi abuelo su proceder-. Quizá el abuelo
tuvo sus razones, pues mi padre era el único varón de la familia, ya que los
demás eran hijas. Bueno, había otro hijo mayor que mi padre –Enrique- que no
estaba bien, y falleció joven... El caso es que mi padre ya no regresó con los Maristas, se quedó en el pueblo ayudando a su padre en las faenas del campo, y
de tratante con los animales. Su vida fue dura, como la de tantos agricultores
de la zona, por eso me decía que hacer el campo debía ser lo último, siempre
pendiente de la climatología y los precios oscilantes del mercado; que más
valía una mala carrera...
No obstante su falta de
formación académica, mi padre era un hombre inteligente y bueno, cualidades de
las más admirables en una persona; aunque carecía de habilidad para los
negocios, pues todos los que emprendió le salieron mal o le engañaron; porque
el negocio no tiene corazón, ni entraña, y él tenía ambos en demasía. Escribía
con una caligrafía preciosa, durante mis años de estancia como bachiller en
Barcelona, él era el encargado de escribirme; lo hacía todas las semanas y
cometía menos faltas de ortografía que muchos de mis amigos de facebook...
Tenía una habilidad extraordinaria con los números, todo lo contrario de lo que
me sucede a mí; de haberse presentado al programa de Jordi Hurtado –Saber y
Ganar-, en la calculadora humana no hubiera fallado... En su ancianidad se
aficionó a la lectura, su libro preferido era el Quijote, no sé cuantas veces
se lo leería, pero le hacía mucha gracia el personaje y sus aventuras; cuando
lo terminaba, comenzaba de nuevo... Poseía también una gran memoria, pues se sabía de carrerilla el nombre de los pueblos más importantes de aquí a Extremadura, producto de sus viajes como tratante, las fechas de las ferias de animales, y el nombre de las posaderas... Contaba él que una le preguntó sobre la cena: Alfredo, ¿cómo quieres el huevo? -y él respondió-: ¡Fritos, mujer, fritos...! -y se reía con ganas, pues aunque no era muy chistoso, tenía su gracia-.
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Mi padre -Alfredo Sánchez Esparza (1905-84)-, primero por la izquierda, el responsable de la empresa Bayer en España (centro) y Octavio Valentín Lahuerta (1916-1974), secretario del Ayuntamiento de Torrebaja (Valencia), durante una comida en Barcelona (ca.1945-50), tras la epidemia de Cacoecia sp., que afectó la zona del Rincón de Ademuz mediados los años cuarenta. |
En cierta ocasión mi padre
vino por Navidad a Barcelona, para verme... Y resulta que íbamos pasando por la
Plaza de Cataluña o aledaños –estoy diciendo de los primeros años sesenta-,
cuando nos encontramos con una persona de Ademuz o Castielfabib conocida suya,
y nos paramos un momento para que se saludaran y hablar. Una vez se hubieron
despedido, yo hice algún comentario burlón del conocido de mi padre, no sé si
por la forma de hablar o el vestir, pues iba de pana y con boina. Mi padre se
paró, y mirándome con enfado, me dijo: Alfredo, ¡nunca te burles ni te
avergüences de la gente de tu tierra...! Mi padre era un hombre tolerante,
todo lo contrario de mi madre, que era más puntillosa y exigente, pero le vi tan disgustado
que nunca olvidé la lección. Esta misma enseñanza transmití yo a mis hijos: Nunca
desairéis ni os abochornéis de la gente del Rincón de Ademuz, vuestra tierra...
–espero hayan aprendido la lección-.
De
cierta variedad de vallanqueros catalanizados.
El
pasado año tuvo lugar XLII Septenario (2012) de la Virgen de Santerón, y como
devoto que soy de esta Virgen –que no es otra que la Virgen María, madre de
Jesús de Nazaret- fui a la romería;
y mientras tenga fuerzas, procuraré ir a los futuros septenarios.
La
travesía del Santerón, de Vallanca a la ermita algarreña por la Virgen y del
ermitorio a la villa con la imagen sobre sus andas, a hombros de los
portadores, es una experiencia de gran calado, física y espiritual a la vez,
sólo comprensible por el que la ha realizado alguna vez con el ánimo del
creyente. Como el camino de Santiago, resulta mucho más que una excursión o caminata
por el monte. Pero para ello hace falta tener fe religiosa -lo cual no está al alcance
de todos-: Sí que lo está la fe existencial, que el filósofo y siquiatra alemán, Karl Jasper (1883-1969), definía como la distensión entre la duda y la creencia... -pues en ese debate nos hallamos todos-.
Pero vayamos a la anécdota,
que se produjo durante el camino de regreso, sobrepasado ya el descansadero del
rento de Vallongo. Iba yo detrás de un grupo de gente catalana,
probablemente un matrimonio con sus hijos, entre ellos había uno pequeño... En
realidad no sé cuál sería su vinculación de sangre, pero se trataban con gran
familiaridad. Tampoco sé si eran realmente catalanes, quiero decir naturales de
esa parte de España que conocemos como Cataluña, pero hablaban en catalán, lo
cual nada tiene de particular... Yo tengo gran simpatía por lo catalán, me
gustan les mongetes amb butifarra, la coca de san Joan, els calçots de Valls
con salsa romesco y muchas otras cosas, como la sardana –además de los escritos de Josep Pla (1897-1981) y el vino del
Penedés-: no en vano pasé los años de mi adolescencia y primera juventud en
Barcelona, estudiando el Bachillerato. Vivía con unos tíos en el segundo piso
del 512 de la calle Córcega, esquina Cerdeña, cerca de la plaza de la
Sagrada Familia, que durante años fue mi lugar de juegos... ¿A qué colegio iba?,
pues al Patronato de la Sagrada Familia y San Ignacio de Loyola; todavía debe
existir... En mi tiempo, los profesores más emblemáticos eran los hermanos
Jara, don Antonio y don Serviliano, originarios de León, creo. Sí, yo hablo
el valenciano, tengo algún título académico que lo certifica, y entiendo y me
hago entender perfectamente en catalán... -y esto por afición, y también por devoción-.
Hace unos años estuve unos
días en Barcelona, esto después de muchos años de ausencia; pero aunque encontré que
la Ciudad Condal ya no era la de mi adolescencia, seguía siendo una gran urbe,
multicultural y cosmopolita, pese a los intentos de los nacionalistas por
aldeanizarla. Prueba de ello es que la locutora que anunciaba las estaciones
del metro utilizaba el catalán y otros idiomas, excepto el español. ¡Valiente
majadería!
Ya saben lo que sucede en una
romería, unas veces vas solo y otras acompañado, hablado con unos y otros,
admirando el paisaje, cavilando en tus cosas, rezando o pensando en las
musarañas... -cuando el camino es largo hay tiempo para todo-. En cierto momento,
yendo yo detrás de la “familia catalana”, se me acercó un coterráneo al que no
conocía, y empezamos una conversación. Los “catalanes” que iban delante
hablaban en voz alta, siempre en catalán, y se hacían notar... Yo pensaba para
mis adentros: Sin duda, lo de la inmersión lingüística les ha calado...
Mi fugaz acompañante, como si me hubiera leído el pensamiento, comentó: ¡No
sé de qué se las quieren dar estos..., pero no me extrañaría si sus abuelos
hubieran ido por estas trochas recogiendo boñigos...! –palabras textuales-.
Nuestra conversación derivó después hacia otras cuestiones, que ya no tienen
que ver con la cuestión, y tras un rato de charla, al llegar al siguiente
descansadero, que está en el pozo del Herrero, nos separamos.
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Detalle de la bajada de la Virgen de Santerón, en el XLII Septenario (2012). |
La
anécdota de la romería de Vallanca me recordó otra similar ocurrida durante un
viaje a Grecia -de esto hace ya algunos años-. Iba un grupo de gente de
distintos lugares y lenguas visitando ruinas, y entre ellos nosotros, por una
zona en descenso que hay entre el templo de Teséion y el Ágora romana, donde la
Torre de los Vientos: Sí, detrás de la Acrópolis, entre Plaka y
Monasteraki... Delante de nosotros iba una familia catalana, gente pija de
mediana edad con varios chicos y chicas jóvenes, ya sobrepasada la adolescencia...
Hablaban en voz alta, se llamaban unos a otros, bromeaba, siempre en catalán.
El hablar en catalán no tiene nada de excepcional y menos de reprochable; pero
recuerdo que el comportamiento de aquella gente me irritó y se lo comenté a mi
mujer, que es de parla valenciana y mujer muy comprensiva, y quitándole
importancia me dijo: ¡No hagas caso, son jóvenes...! En realidad no eran
todos tan jóvenes y me dio la impresión de que querían hacerse notar, como
diciendo: ¡Nosotros no somos como estos españoles, somos catalanes, esto es,
diferentes, mejores...! –pero ya digo que sólo fue una impresión, quizá no
querían llamar la atención y sólo eran gilipollas-.
El
Rincón de Ademuz, “terra incongnita”.
En
el contexto de una conversación con Luis Manzano de Ademuz, socio y fundador de
la “Vicoop Cooperativa Valenciana”, contaba:
- Hace unos años –cuatro o seis- fui con
otros de aquí a una feria que se celebró en el puerto de Alicante, para promocionar
nuestra empresa y la manzana esperiega de la zona... Se nos ocurrió ofrecer
como regalo una caja de manzanas a los que supieran dónde se hallaba el Rincón
de Ademuz: ¿Quieres creer que no pudimos regalar ninguna, ya que nadie supo
decirnos donde estaba esta comarca...? Pues así fue, ninguno de los asistentes
supo darnos razón de la ubicación del Rincón de Ademuz...
La
anécdota resulta significativa, además de desconcertante, en tanto pone en
evidencia una realidad de incultura generalizada, que debiera hacernos cavilar. ¿Acaso nos
hallamos en algún lugar desconocido alejado de la civilización, terra
incongnita en medio de ninguna parte...? Me niego a aceptarlo, pienso más
bien que se trata de una cuestión de conocimiento; vamos, de formación y
cultura básica. Prueba de ello es que si eligiéramos al azar una muestra de
cien vecinos y les preguntáramos dónde se halla y qué es el Condado de Treviño,
¿cuántos sabrían darnos una explicación correcta? ¡Nunca se sabe, pero creo que
pocos...!
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Detalle de camino rural en El Rento de Torrebaja (Valencia), junto a la ribera del Turia (2013). |
Don
José Aznar Blasco (1836-1895) fue un párroco que hubo en Torrebaja, su curato abarcó varias décadas,
desde los años treinta de su siglo -que fue el XIX- hasta mediados los noventa, en que falleció. Entonces los curas pasaban mucho tiempo en sus parroquias, no como ahora, que apenas aprenden los nombres de los feligreses los trasladan.
Sería estupendo poder hablar con él, le preguntaría por las circunstancias de
su vida, y las de la gente de Torrebaja y el Rincón de Ademuz en su tiempo, pues él era natural de Puebla de San Miguel, y conocería a fondo la zona. Obviamente,
resultará imposible nuestro diálogo, pero nos dejó un estupendo informe, que
documenta la Santa Visita del obispo de Segorbe a Torrebaja -en 1878-, registro del que
pueden extraerse múltiples datos para ilustrar la cotidianeidad de aquel tiempo. Además, vivió la
terrible experiencia del cólera que afectó la provincia y esta comarca a mediados de los años
ochenta de su centuria (1885); la explícita nota que dejó escrita en los libros parroquiales así
lo evidencia.
La
anécdota relativa a una niña que presuntamente cayó de un solanar y se mató, resulta el
paradigma de un relato falso, pues la verificación documental del hecho
desmiente su autenticidad. En todo caso, no pudo producirse de la forma que se cuenta, ni en las personas que se
nombran, toda vez que la niña falleció a los seis días de su nacimiento -como
consecuencia de una “Enteritis aguda”-; y su madre al día siguiente del entierro
de la hija, de “Nefritis puerperal”. Aunque pudo tener lugar en otro contexto familiar, pues cuando el río suena, agua lleva...
Los
relatos referentes al célebre y temido delincuente, apodado el Alpargatero, constituyen un buen ejemplo de la España
negra y profunda en el ámbito rural de posguerra, donde la apertura de un nicho para robar
a un muerto constituye un hecho patético, a la vez que estremecedor.
Finalmente,
entre las anécdotas, he colocado algunos de mis recuerdos de infancia,
evocaciones imperecederas que me acompañarán mientras viva, pues enriquecieron mi experiencia y moldearon mi carácter. Al fin y al cabo estamos
hechos de la materia de los sueños, y de remembranzas. Cierto, los seres
humanos somos algo más que recuerdos..., ¡pero sin recuerdos no somos nada! Vale.